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Una de las habitaciones masculinas del centro.
«Sograndio evitó que arruinara mi vida. Era carne de Villabona»

«Sograndio evitó que arruinara mi vida. Era carne de Villabona»

Un joven cuenta a EL COMERCIO su año de internamiento en el centro juvenil

CHELO TUYA

Domingo, 26 de abril 2015, 01:03

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«Nunca olvidaré mi 18 cumpleaños: en una celda de aislamiento de Sograndio. Las llamamos 'camarillas' y estar en ellas es lo peor. A mi me metieron muchas veces. Acumulas tanta rabia y tensión que llegas a autolesionarte. Todavía tengo las cicatrices aquí». Mientras habla, muy rápido, con una gran sonrisa, con los ojos muy brillantes, levanta la manga de la camisa y muestra su bíceps izquierdo: está cruzado de marcas. Imborrables, le recuerdan que él, hoy un adulto, con empleo y culminando su formación universitaria, que prefiere guardar el anonimato -«por favor, no ponga iniciales ni una foto de espalda, que me va bien en el trabajo y no quiero desconfianzas»-, fue durante un año recluso del único centro de internamiento juvenil de Asturias. El destinado a los chicos y chicas de entre 14 y 17 años con condenas penales. El de Sograndio.

Un dispositivo envuelto en polémica en las últimas semanas. Primero, por la fuga de película protagonizada por dos internos, que utilizaron sábanas para descolgarse y que concluyó con el despido del agente de seguridad. «No sé cómo pudieron escaparse así. Yo lo que hacía era no volver del permiso». Y, también, porque tal y como adelantó este periódico, la Asociación de Vigilantes de Seguridad Privada de Asturias (Avispa) ha presentado una denuncia ante el Fiscal de Menores y la Agencia de Protección de Datos contra la utilización de cámaras de vigilancia en las celdas de aislamiento. El Principado, responsable del centro, asegura que las grabación de los menores en esas 'camarillas' cuenta con el respaldo del Defensor del Pueblo. Fue esta institución la que pidió la videovigilancia para garantizar la seguridad.

«Lógico», afirma el antiguo usuario del centro. Respalda este asturiano el uso de las cámaras: «Grabar lo que pasa en las 'camarillas' está bien. Ya digo que es un lugar muy estresante y tienes ataques de rabia. A mi, una vez, tuvieron que venir cinco vigilantes a sujetarme. Cuando iba a salir de uno de esos encierros me intentaron castigar con dos días más por algo de lo que yo no tenía culpa. Me entró tal ataque que me puse a gritar y pegarme con todo lo que pillaba. Por eso, si hay un incidente, está bien que se cuente con una grabación que demuestre si te autolesionaste, que es lo más habitual, o se han pasado contigo, cosa que yo nunca vi, la verdad».

«Abusan del encierro»

Sin embargo, considera «intolerable que esté la imagen en el monitor de seguridad, como el resto de las cámaras del edificio, eso es una locura. ¿Qué quieren ver? ¿Adolescentes masturbándose? Porque allí no haces otra cosa. Esa o gritar».

Él lo sabe bien. Pasó en esas celdas de aislamiento muchos de los días de encierro en Sograndio. «Estuve siete u ocho veces aislado. La vez más larga, siete días. Lo pasas muy mal. Es una sensación agobiante, solo quieres dormir. Qué curioso, ahora, los días me pasan volando. Allí, parecía que los minutos eran eternos. Cada vez que abres los ojos solo ves blanco, blanco, blanco (paredes, cama, mesa) y esa ventana que nunca cierra y por la que entra frío, lluvia e, incluso, el pis del que está en la 'camarilla' sobre la tuya. Es una de las gamberradas más habituales: mear por la ventana mojar la cara del de abajo».

Una gamberrada que puede suponer «más días de aislamiento». Porque quien fue usuario de Sograndio tiene claro que «abusan mucho de ese castigo». Sin saberlo, coincide con el informe del Defensor del Pueblo. Dice el documento que en Sograndio se utiliza «en exceso» el aislamiento como elemento de control. «Es verdad. A mi me encerraron dos días por un pedo. Y no es ninguna broma. Solo te sacan dos horas al día, pero la de las 6.30 de la mañana nadie la usa».

«Te dan mil oportunidades»

No obstante, su paso por el centro de internamiento fue «mi salvación». Reconoce que «Sograndio evitó que arruinara mi vida. Yo era carne de Villabona. De allí salí con formación laboral, carné de conducir coche y moto y, sobre todo, con las ideas claras. Yo no quería ir allí».

Parecía abocado al centro penitenciario asturiano porque «a los 16 me fui de casa y empecé a meterme en líos. Nunca en agresiones, yo consumía y robaba. Me pillaron y me metieron en Sograndio. Fue lo mejor que me pudo pasar. Mi familia todavía manda cestas por Navidad. Adoran a Manolo». Se refiere a Manuel Ramos, director del centro, al que él asegura tener «mucho respeto. Allí te dan mil oportunidades. De ti depende».

Pero, deja claro que el centro «no es un hotel». Ni siquiera los años que han pasado desde su internamiento le han hecho olvidar «la tensión». Algo que se le nota al hablar, al moverse, al juguetear con la servilleta. Pese a la sonrisa, reconoce que «nunca me he librado de esa tensión que sientes nada más entrar en Sograndio. La propia de juntar en lugar cerrado a cuarenta adolescentes con todas las hormonas revolucionadas y, además, problemas de conducta». De repente, recuerda, «pasas de ser el rey del mambo a estar encerrado, con horario, con deberes, sin nada en propiedad salvo un poco de ropa. Tienes toda la furia de la adolescencia».

Adolescentes procedentes «de todo tipo de familias. La mía, buenísima», aclara para acabar con el mito del delincuente juvenil fruto de una familia desestructurada. «No es mi caso. Yo lo tenía todo a mi alcance. Y pude perderlo por gilipollas. Siempre digo que salí adelante por mi familia, una novia que hoy es mi mejor amiga y por Sograndio. Sin ellos, a saber...»

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