Borrar
El escritor Luis Díez Tejón, ayer, en el gijonés Café Gregorio.
«El sentido del ser humano es existir y  si la sociedad no te percibe no existes»

«El sentido del ser humano es existir y si la sociedad no te percibe no existes»

El licenciado en Historia del Arte y colaborador de EL COMERCIO acaba de publicar la que es su séptima novela, 'El entierro de Lucas'

ALBERTO PIQUERO

Jueves, 11 de febrero 2016, 00:22

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Son ya siete las novelas que Luis Díez Tejón (Avilés, 1946), licenciado en Historia del Arte, ensayista, escritor y viajero, ha ido urdiendo en un territorio ajeno a las tendencias literarias predominantes, con la originalidad de quien construye o revela su propio mundo. Un planeta narrativo en el que la tragedia se diluye en el humor y la sabiduría de los clásicos se asoma de modo discreto. La última de esas novelas es 'El entierro de Lucas' (KRK Ediciones, 2015), la historia de un singular personaje que trasciende a su presunto fallecimiento y en el regreso a la existencia cotidiana se da de bruces frente a un orden administrativo -y, en general, social- digno de Franz Kafka.

No es en vano que se invoque mediante una cita que preludia el libro, a George Berkeley, el filósofo irlandés que vivió entre los siglos XVII y XVIII: «Ser es ser percibido». Como explica el autor, «esa es la base de toda la novela, si existe el sonido sin un oído que lo perciba». Otra cuestión es que Luis Díez Tejón tenga la respuesta a la incógnita que plantea la segunda parte de la frase. «No sé si el sonido puede existir sin que nadie lo escuche». Yendo unos decibelios más allá, por así decir, piensa y considera que «hay dos realidades: la física, objetiva, sensorial, y otra, que pertenece a la subjetividad; pero en el plano humano, si la sociedad no te registra, no existes, aunque las lagartijas se escapen de tus patadas, como reflexiona Lucas».

El protagonista habita en un entorno rural que no se precisa de modo geográfico, «es un lugar utópico, indeterminado, si bien podría pertenecer a Castilla o a Extremadura», el cual está trazado en forma tan viva que pareciera haber sido frecuentado por quien lo retrata. Tiene su explicación en la vertiente viajera de Díez Tejón: «Es producto de mis vivencias, no de una documentación. He andado a menudo por pueblos perdidos de la España rural, deteniéndome en muchas fincas, hablando con la gente sobre sus cosechas, sus inquietudes, su día a día, casi piedra por piedra».

Cabría atisbar posibles influencias literarias, que en unos casos niega -caso de Miguel Delibes, «no me gusta»- y en otros acepta, «Cela sí podría tener alguna ascendencia, por lo bien que presentaba el carácter campesino». Pero donde encuentra su mayor afinidad, al margen del fondo escénico, es en «la novelística inglesa anterior a la II Guerra Mundial, en escritores como Wodehouse o Robert William Alexander. Su solución para los más graves problemas es el humor, un modo amable y desenfadado de abordarlos, con el que me identifico».

Alrededor del personaje principal de la novela, niño hospiciano que crecerá en la finca de sus tíos hasta la hora de su falsa defunción, se van desplegando otras figuras, así la de la prostituta Olga, por la que su creador siente predilección: «De alguna manera, se convierte en la verdadera protagonista. A pesar de que, al principio, no le había concedido importancia, fue adquiriendo volumen literario, me fascinó e incluso llegué a soñar con ella. Reúne valores en los que creo, la sensibilidad y la voluntad». También manifiesta Díez Tejón su simpatía por el llamado capitán Álvar Núñez de Pimentel y Bellagua, un viejo marino que ha optado por las olas de los vagabundos. «Es el símbolo de la libertad, del ideal ilustrado, al que le bastan unas rodajas de longaniza y una botella de vino».

Mucho peor parados salen un banquero, «tampoco está en condiciones de obrar de forma diferente, es antipático; pero cumple la ley»; un psicólogo que se antoja pariente de aquel psiquiatra del que hizo mofa y befa Woody Allen en alguna película, «hay rasgos de caricatura y..., también es verdad, no creo mucho en esas ciencias...». O un juez aficionado a la lujuria de pago, «un pretexto para que Olga logre dar carta de naturaleza a Lucas, que permite asimismo introducir la burla».

La estructura de la obra se acoge «al 'flashback', que me permite jugar con el pasado y el presente». En cuanto al estilo, afinado como un instrumento musical y acompañado por ecos filosóficos que en ninguna línea pierden amenidad, «no creo en aquello que decía García Márquez de ser felices e indocumentados», Luis Díez Tejón confiesa su atención «a que las frases encuentren el adjetivo adecuado y suenen casi como versos».

El final que, por supuesto, aquí no se ha de contar, conduce a «romper con todo el pasado y averiguar que si había un vivo muerto y un muerto vivo, el muerto no es significativo, que el sentido humano es existir, que no es otra cosa que ser percibido».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios