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Urgente «Cuando llegué abajo y vi las llamas, se me vino el mundo encima»
Lara Álvarez será pregonera este año de las fiestas de Begoña y del Descenso del Sella.
«Ser pregonera en mi tierra es uno  de los mejores premios a mi trabajo»

«Ser pregonera en mi tierra es uno de los mejores premios a mi trabajo»

Presentadora de televisión

LUCÍA RAMOS

Domingo, 24 de julio 2016, 00:43

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Inmersa en uno de los momentos más dulces de su vida y recién llegada de Honduras, donde pasó tres meses presentando el programa 'Supervivientes', Lara Álvarez (Gijón, 1986) aprovecha de unas merecidas vacaciones en su querida costa asturiana junto a su familia. Un descanso que, reconoce, nunca olvidará, pues este verano será pregonera de dos de las fiestas que mejores recuerdos le traen: la Semana Grande de Gijón y el Descenso del Sella.

Será profeta en su tierra por partida doble, ¿cómo sienta?

Fue una de las mejores noticias y premios a mi trabajo que podía recibir. Gijón me mata y siempre que tengo la oportunidad aprovecho para hablar bien de la ciudad, porque estoy enamorada de mi tierra. Cuando me dieron la oportunidad de hacer el pregón de este año lo primero que pensé fue en mi familia, que siempre tuvo la costumbre de acudir a verlo. Estamos emocionados, no, lo siguiente. Al final es compartir ese momento con gente de tu tierra, que sabe bien de que hablas cuando te refieres a Gijón. No es lo mismo contar cosas de la playa, de San Pedro, de esas sidrinas en Cimavilla a alguien de fuera que a alguien de Gijón, que lo siente igual de cerca que tú.

¿A quién le gustaría ver entre el público los días de sus pregones?

A mi familia, a algún compañero del cole, a mi mejor amiga... De todas formas, seguramente me emocionaré, estaré al borde de las lágrimas y no veré a nadie. Me da mucho respeto.

¿Más que presentar una gala ante millones de espectadores?

Hombre, esto es más mío, es mi tierra, mi gente, mi infancia, mi vida... Al final, en una gala estás presentando un contenido que te puede llegar más o menos, pero al fin y al cabo no es tuyo. Es menos personal y al final te cuesta menos ser profesional en lo que no te toca tan de cerca.

Como buena gijonesa, seguro que disfrutó más de un verano de la 'Semanona', ¿era de las que se recogían como Cenicienta, a la medianoche, o de las que aprovechaban 'para comprar el pan'?

Digamos que las disfrutaba bien (risas). Eso sí, siempre fui bastante prudente. Quitando el típico día que te presta el ambiente que hay y te lías hasta que te pongan los churros con chocolate, no soy de salir hasta muy tarde. Me gusta más tomar unos culinos, cenar algo y luego tomar una copa, que quedar directamente para salir de fiesta.

¿Qué recuerdos guarda de las fiestas de Begoña?

Recuerdo quedar con mis amigas en Pelayo. Tomábamos unos culinos en la plaza del Lavaderu, picábamos algo en el Vesubio y luego íbamos caminando tranquilamente por el muelle hasta llegar a Poniente para disfrutar del concierto que tocase. Para mí la Semana Grande también es un espacio de reencuentro con gente que hace años que no ves y con quienes coincides en ese momento en Gijón.

También pregonará Les Piragues, ¿es más del descenso o de la fiesta que lo rodea?

El descenso lo hice más de una vez, primero con la familia y luego con colegas, y me encantó. Además, solíamos ir toda la familia a ver la salida y luego picábamos algo mientras esperábamos para asistir a la llegada. También fui a la fiesta varias veces y tengo muy buenos recuerdos. Allí pasé, por ejemplo, mi primera noche de acampada. La parte deportiva está muy bien, pero el ambiente que se crea a su alrededor, también.

¿Qué se llevó este año a la Isla?

Esta vez lo hice muy bien, porque una de las cosas que más eché de menos el año pasado era el café. A mí me encanta despertarme y tomar un buen café con leche y desayunar bien. El café de allí es más aguado, diferente, y este año me llevé la cafetera y unas cuantas cápsulas. Por lo demás, al conocer mejor la zona donde nos alojábamos sabía dónde conseguir todo lo que necesitaba. Este año, por ejemplo, cociné en vez de ir al bufete, y eso, aunque parezca una tontería, te hace sentir más cerca de casa.

¿Hizo alguna fabada?

(Risas). A cuarenta grados y teniendo que hacer un directo después, casi que no apetece.

¿Y qué se trajo de vuelta?

La verdad es que material, poca cosa: unas pulseras que hacían unas niñas de allí para mi familia y amigas y ya está. Eso sí, me traje, como siempre, una sensación agridulce de tener ganas de llegar pero también de echar de menos aquello. Al final son tres meses muy intensos en los que compartes muchas cosas con la gente y esa familia que se crea allí se pierde un poco hasta que volvamos a coincidir el año que viene.

¿Se imaginó en sus inicios que terminaría cambiando el asfalto de los circuitos por la arena de playas paradisíacas?

¡Qué va! En ese sentido soy una privilegiada. Siempre me gustó mucho el entretenimiento, pero la primera oportunidad que tuve fue en deportes. Y en deportes, sin haberlo planificado, me sentí súper cómoda. Pero el entretenimiento va mucho más con mi carácter. Los deportes no dejan de ser un informativo y tienes que mantenerte un poco más seria, mientras que en un programa de entretenimiento estás comunicando. Es diferente, te puedes permitir ciertas licencias que te ayudan a ser más tú.

¿Siguió el paso de La Roja por la Eurocopa?

Vimos algún partido, pero la diferencia horaria lo hacía complicado. Por suerte, el último, en el que nos eliminaron, no lo vi, porque me habría puesto de muy mala leche (risas). Pero sí, te enterabas de todo. Además, la mitad del equipo es italiano y esto era un cachondeo constante: en el comedor, en los directos... Había mogollón de piquilla.

¿Y las elecciones?, ¿se ve mejor el panorama político español a la sombra de un cocotero?

Las seguí a ratos y, sobre todo, por mis padres. El panorama político, sencillamente, no lo ves y entonces vives de otra manera. Más tranquila. Por eso yo digo que una vez en la vida deberíamos aislarnos todos en una isla. Tomas perspectiva y conciencia de las cosas que son verdaderamente importantes. Ojo, que no digo que la política no lo sea, pero algunos temas a los que les damos extrema importancia, cuando estás en otros países, en otras culturas con otras necesidades y otras historias, se empequeñecen. La gente te enseña a ser feliz con nada. Allí miras el móvil una vez al día, como mucho, y por saber a qué hora es la reunión.

¿Todavía tiene ganas de playa?

Muchas. De hecho, lo primero que hice según llegué aquí, fue ir a la playa, aunque fuese a caminar. Tengo una conexión brutal con el mar: me relaja, me da buen rollo... Me pasa lo mismo con el sol. En mi familia hay mucha tradición de pasar el día en playa. Ese rollo de llegar 'matao' después de seis horas sol, arena y mar, de jugar con tu primo a las palas y de llegar a casa y decir 'no puedo con la vida', me encanta y a día de hoy sigo intentando hacerlo porque mi verano no tiene sentido sin playa. Al final, en Honduras no estuve en la playa. Estuve trabajando en la playa, pero no tuve tiempo de ponerme en bañador y tirarme a tomar el sol y relajarme.

Este año, además, podrá disfrutar de El Rinconín con su perro.

¡Sí! Me apetece un montón. A Choco también le vuelve loco la playa, salió a mí (risas).

Es la asturiana de la eterna sonrisa, ¿nunca se enfada?

Lo que pasa es que soy muy feliz y me sale solo. Ahora estoy en un momento buenísimo de mi vida. Profesionalmente no puedo pedir más y, encima, estoy disfrutando de mi familia, de mi perro, estoy tranquila... ¿Cómo no voy a sonreír? Sería delito. Claro que hay cosas que me ponen de mala leche, y entonces no sonrío. Pero mi filosofía de vida es sacar un lado bueno a todo. Todo te enseña y suma, sea para bien o sea para mal.

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