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Meik Wiking, durante la presentación de su libro.
¿Quiere ser feliz? Apúntese al 'hygge'

¿Quiere ser feliz? Apúntese al 'hygge'

Meik Wiking, director del Instituto de la Felicidad de Dinamarca, recoge en un libro los secretos que han llevado a sus compatriotas a ser los ciudadanos más felices del mundo

Álvaro Soto

Sábado, 14 de enero 2017, 00:42

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Imagínese la escena: llueve a cántaros en la calle, pero usted acaba de llegar a casa. Se pone el pijama, se hace un té, se va con un periódico a su rincón favorito (si es al lado de una chimenea, para qué más) y se pone a charlar con su pareja mientras acaricia a su perro. A esta sensación de extremo bienestar los daneses le han puesto un nombre, hygge (pronúnciese juga), y como expertos en felicidad (el ranking de la ONU les sitúa a la cabeza del mundo), han decidido exportar el concepto a todo el mundo.

Meik Wiking es el director del Instituto de Investigación sobre la Felicidad de Copenhague. Sí, en España se hacen muchas bromas cuando se escucha que un determinado país anuncia un Ministerio para la Felicidad (Venezuela, por ejemplo), pero en Dinamarca se han tomado muy en serio la alegría de sus ciudadanos, y han creado una institución encargada de indagar en qué genera júbilo en la gente y qué les hace desgraciados. «Existen muchas razones para explicar por qué Dinamarca es el país más feliz del mundo. Una es el Estado del bienestar de los países escandinavos. El acceso a la salud, a la educación, a la igualdad, todo eso ayuda a ser feliz. Pero, además, tenemos el hygge, un elemento cultural que llevamos en nuestro ADN», cuenta Wiking, que acaba de publicar en España Hygge. Descubre por qué los daneses son los más felices del mundo y cómo tú también puedes serlo (Editorial Cúpula).

A grandes rasgos, el hygge es lo que toda la vida se ha llamado encontrar la felicidad en las pequeñas cosas. Pero no las pequeñas cosas que hacían feliz a Groucho Marx, «un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna». Los daneses parecen sinceros cuando dicen que se conforman con su hygge, estar bien con lo justo: muchas velas por todos los sitios (son el país que más consume del mundo, el doble que el segundo), lámparas de diseño (la luz allí es básica), ropa calentita, un buen libro, muebles que parecen sacados del último catálogo de Ikea, bicicletas, reunirse con amigos y familiares para cocinar («cuatro horas haciendo salchichas es un planazo»), conversar y, en general, pasar el tiempo sin grandes alharacas. Un capítulo de Borgen, la serie danesa que ha arrasado en todo el mundo, puede ser el resumen perfecto del concepto hygge.

En esta fórmula para ser feliz no aparece por ningún sitio el ansia por tener más y más dinero, asegura Mike Wiking. «Los periodistas y los políticos vienen a Dinamarca a encontrar inspiración, y de donde más llegan es de Corea del Sur. Su país tiene la experiencia de haberse enriquecido mucho en las dos últimas generaciones, pero su gente no ha conseguido ser más feliz. Y es que, llegados a cierto punto, más bienes materiales no mejoran la vida de las personas. Lo que nosotros hemos entendido y queremos que todo el mundo sepa es que el bienestar general influye en el individuo y lo que es bueno para el conjunto de la sociedad también lo es para uno mismo».

El trabajo del instituto

Wiking explica cómo trabaja el Instituto de Investigación sobre la Felicidad. «Nos hacemos tres preguntas: cómo se mide la felicidad, por qué hay gente más feliz que otra y qué les hace felices. A partir de ahí, descomponemos los ingredientes de la felicidad, que básicamente son dos, cómo ve uno la vida en general y cómo se siente en ese momento, y hacemos el seguimiento a un grupo amplio de gente a lo largo de mucho tiempo. Por ejemplo, hemos estudiado a diez mil personas en Copenhague durante diez años. Hemos visto que se casan, se divorcian, cambian de trabajo, ascienden, les despiden Y analizamos cómo a lo largo de diez años esos cambios impactan en su felicidad».

Las conclusiones de este trabajo de una década son variadas. En el instituto han descubierto que quienes trabajan para ellos mismos son más felices. También, que ser padre o madre no convierte automáticamente a una persona en más dichosa. Y una cosa más: para ser feliz, uno tiene que evitar compararse con los demás. «Las personas, en el mundo moderno, tenemos muchos desafíos a causa de la competitividad a la que nos enfrentamos o a la presión del trabajo. Pero también a las redes sociales: sufrimos un constante bombardeo de las buenas noticias de los demás. Nos centramos demasiado en la comparación social, en desear lo que tienen los otros, y lo que sabemos es que estar sometidos a las supuestas vidas perfectas de otras personas genera mucha infelicidad», subraya Wiking.

¿Y España? Pese a estar tan lejos de Dinamarca, ¿no es un país feliz? Wiking, que ha vivido en Úbeda (Jaén) y en Barcelona, no lo niega. «Estáis en el puesto 37 de un ranking de 127. En general, hay buenas bases para ser feliz, el clima, la comida, las relaciones humanas, el amor por los amigos, pero tenéis desafíos, igual que otros países, como la corrupción, la conciliación entre la vida personal y laboral o el alto nivel de paro. España tendría aún mejor nivel de felicidad cuando solucione estos problemas».

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